Por Yinhue Marcelino Sandoval
Académica de la Facultad de Psicología de la UAEM
En este texto, Yinhue Marcelino Sandoval presenta una lectura crítica y sensible de Exhumar la esperanza de Rosalva Aída Hernández Castillo, una obra que articula etnografía feminista, compromiso político y acompañamiento a los colectivos de búsqueda de personas desaparecidas en México. A partir de la experiencia académica y activista de la autora, el ensayo examina las violencias estructurales, el papel del Estado, las prácticas de memoria y las metodologías dialógicas que permiten construir conocimiento situado frente a la desaparición forzada, reivindicando a la academia como aliada en la lucha por la verdad, la justicia y la dignidad.

Foto: Cecilia Lobato
Exhumar la esperanza: Una etnografía feminista en el país de las fosas Rosalva Aída
Hernández Castillo. México: Bajo Tierra Ediciones, 2025. 430 pp.
Es un ejemplar robusto ocupado de reformulamientos personales y profesionales. Este libro
consta de seis capítulos que concentra la experiencia académica y de activismo de la autora
además de una extensa bibliografía que dialoga con su praxis, relata sus 10 años de
experiencia como académica solidaria de colectivos de búsqueda de personas desaparecidas
y está dedicado a quienes no han perdido la esperanza, tal como Rosalva Aída Hernández
Castillo autora del libro lo presenta en sus primeras páginas.
Al leer este libro, percibo tres grandes intereses que guían la mirada de la autora, por un
lado, muestra su formación como antropóloga y su solidez académica como científica
social; por otro, revela su inquietud por una de las heridas más persistentes de nuestra
sociedad: esa violencia sistemática que ha invadido nuestra vida cotidiana y alterado los
vínculos comunitarios; y por último, condensa su experiencia sobre el acompañamiento que
ha realizado la autora con los colectivos de búsqueda de personas desaparecidas.
Este libro nos recuerda las olas de represión que ha tenido nuestro país en un pasado
reciente. Aída Hernández, nos sitúa y nos invita a tener presente en la memoria, las
resistencias políticas como lo fue La Liga 23 de septiembre, El Asalto a Madera por citar
ejemplos, o la desaparición por temas políticos que se transformó en un tema económico y
del crimen organizado. Siendo Sinaloa un ejemplo de ello, como lo fue la Unión de Padres
con Hijos Desaparecidos en Sinaloa.
Asimismo, también nos muestra el papel que ha tenido Estados Unidos en nuestro territorio
en temas político-económicos, tal como lo planteó la autora. “Muchos de los jóvenes
militares que fueron entrenados en prácticas contrainsurgentes de tortura y desaparición
durante la “guerra sucia”, décadas más tarde fueron altos mandos en un ejército directamente involucrado con grupos del crimen organizado. Información que resulta ser la
antesala a la violencia que vivimos actualmente y que se ocupa Hernández Castillo en su
libro.
La llamada “guerra contra las drogas” impulsó la militarización del Estado y, de manera
paradójica, propició la consolidación de vínculos estrechos entre fuerzas armadas y
organizaciones criminales. Existe continuum histórico en las técnicas, las instituciones y las
lógicas represivas que han hecho posible la desaparición de personas: en algunos casos,
incluso, con la participación de los mismos actores de la “guerra sucia” y que continuaron
perpetrando estas violencias en el contexto más reciente. A eso, la autora lo denomina
“dispositivo desaparecedor”, un mecanismo que no sólo persiste, sino que se ha
perfeccionado en los últimos años.
El libro expone la crisis de un Estado debilitado por prácticas corruptas que han
quebrantado su legitimidad, a partir de la descripción detallada de actores, instituciones,
momentos históricos, deja ver el Estado fallido del que somos parte. Figuras que están
implicadas en la desaparición, los ministerios públicos, los fiscales, los forenses,
gobernadores (Mario López Valdez, Graco…), las redes de seguridad pública que se gestan
desde el gobierno para el crimen organizado. Todo ello, se materializa en distintos delitos y
problemas sociales que vivimos actualmente. Problemas como el juvenicidio, secuestros,
desapariciones, trata de personas, tráfico de órganos, control de plazas, fosas irregulares del
Estado, bolsas negras con cuerpos sin vida tirados en las calles, o las terceras
desapariciones que se convierten en cuerpos desechables y “desaparecibles”, incluido el
fenómeno de las personas migrantes desaparecidas, que la autora analiza desde su
experiencia con colectivos de Honduras, que lo define como necropolítica migratoria.
Esta obra, es una autoetnografía que dialoga con diversas realidades del país y nos adentra
al problema de la desaparición de personas. Nos muestra cómo, cuando alguien es
desaparecido, no solo se pierde un ser querido, si no que se quiebra la estructura social
misma. A partir de la experiencia investigativa, la autora construye un proceso dialógico con las coautoras de su libro pues es desde el intercambio de experiencias que moviliza sus
planteamientos teóricos y metodológicos en el campo de la antropología.
La autora, nos narra a partir de las diferentes historias de mujeres, (Mirna, Edith, Celia,
Lorena, Angelica, Ana luisa, tranquilina, Rosalba, Reyna, Vicky, Verónica, María) las
trabas burocráticas que han vivido y refleja el negligente sistema de justicia en México, la
indolencia de un aparato estatal, la colaboración de las autoridades, la complicidad del
Estado con el crimen organizado, las órdenes de cateo pasmadas, las simulaciones de
justicia, asimismo muestra un vaivén de fiscales responsables, así como la revictimización
de las familias, la cual es una constante en estos proceso de exigencia de justicia y verdad.
Nos deja ver cómo se van entretejiendo los actores involucrados en la desaparición, tanto
los que resisten y denuncian como los que se ven implicados en ésta. Tal ha sido el caso de
Ayotzinapa.
Las afectaciones pueden darse en quien investiga, en quien vive la desaparición, pero
también se dan a nivel comunitario, casos como Ocotepec, Cadereyta, el Fuerte, los
cambios identitarios y políticos con un sello del crimen organizados y con las huellas y
fragmentos que deja a su paso, como bien lo narra Aída a través de historias dolorosas, de
colegas, vecinas, amigas, Mayela, Viridiana, Fátima, Oliver, Jessica, Ana Karen, Saúl,
Israel, Diana Melissa y Mireya.
Este libro es un derecho a la autorrepresentación, tal como Aída Hernández lo planteó en su
texto. Es su derecho ejercido, a denunciar las violencias que han afectado la vida social,
pero también un derecho a compartir su experiencia de un caminar al lado de los colectivos
de búsqueda de personas desaparecidas. A través de sus letras, nos describe lo que sus ojos
han visto y su corazón ha sentido (así como ese momento palpitante en la cárcel con el
director del penal a un lado de ella y el secreto a voces de él y su conexión con el de las
“cuatro letras”).
En su texto, muestra las diversas actividades de acompañamiento que ha realizado, por
ejemplo, su caminar en la brechas y terrenos baldíos convertidos en pedazos de tierra hechos fosas clandestinas, o su participación en el centro de adicciones, albergues, lugares
que ha pisado para buscar a quienes nos hacen falta, revisión de álbumes fotográficos de
quienes alguna vez tuvieron vida, búsquedas infructuosas, o también su participación en el
eje de iglesias y espiritualidades un espacio de encuentro de creencias pero también de
soporte y apoyo a las familias.
El tema del autocuidado que se hizo mención en el libro me parece también importante. El
análisis académico de la desaparición debe ir más allá de sus efectos sociales; también
exige imaginar y construir formas de autocuidado que protejan tanto a las familias como a
quienes investigan y se involucran en la búsqueda de justicia. Que ese malestar social no
recaiga en el cuerpo, en las rodillas, en el estómago, en problemas de sueño, y que tampoco
sea un motivo para dejar de mirar y enunciar la realidad y sus dolores.
Algunas bondades de la academia es tejer redes de colaboración, impulsar proyectos,
articularse para pensar y hacer un mundo diferente. Y muestra de esa articulación es este
libro donde describe la autora cómo ha tejido las relaciones con las familias de los
colectivos, o su trabajo con el GIASF, o con la “Colectiva Hermanas en la Sombra”. Este
es un libro que elabora teorizaciones sobre el mundo que habitan y sobre el que quieren
construir. Las voces de las compañeras se convierten en un análisis crítico de la realidad, es
un proceso subjetivado, es decir, en aquello que es percibido, sentido, construido, elaborado
y enunciado.
La invitación que hace Aída Hernández a quienes se dedican a la investigación es a
construir conocimientos a partir de “metodologías dialógicas que contribuyan a reconocer
nuestros distintos saberes y a establecer alianzas políticas y epistémicas para entender y
transformar los contextos de violencias extremas en los que vivimos”. En su libro, nos
explica cómo desarrolla una perspectiva metodológica situada desde el cuerpo y procesos
horizontales que se deben gestar en los procesos investigativos. Estar en la disposición de
un aprendizaje horizontal “Desarrollar una perspectiva y una sensibilidad feminista para
acompañar y documentar estos procesos significó, además, reconocer sus saberes, aprender de sus experiencias y situarlas en el contexto de las violencias patriarcales más amplias que
enmarcan sus vidas y las de su comunidad”
Nos muestra estrategias de acompañamiento como lo es la escritura, creación de libros
artesanales, y una literatura de solidaridad y sorografía. “La apropiación de la escritura
creativa por parte de colectivos de familiares desaparecidos es también una forma de
reconstruir la memoria “estrategias textuales para denunciar las violencias patriarcales y
llamar al fortalecimiento de los vínculos comunitarios llamada sorografías. Ejemplo de esta
metodología son los libros de su autoría ‘Sanadoras de memoria’, ‘Nada detiene el amor”
La reflexión que hace Aída Hernández sobre el papel de las instituciones de justicia y
academia es vital para estos tiempos, ya que con la crisis de derechos humanos que tenemos
en el país, la academia se convierte en aliada para la denuncia y para la exigencia de verdad
y justicia, derechos humanos fundamentales de la sociedad. El papel que tiene la
investigación en estos temas relevantes como la desaparición de personas exige su atención
desde los espacios académicos; la realidad y los problemas actuales deben dictar el
currículo universitario y mirarlos desde la horizontalidad. ¿Cómo legitimar el trabajo con
los colectivos? la respuesta de la autora es ‘caminar al lado de ellas’, con este
planteamiento quiero decir que en su libro refleja su convicción política y académica con la
justicia social y su compromiso con los colectivos.